«No soy digno de que entres a mi casa. Tan sólo dí la palabra y mi criado sanará»
Cuando cumplió 17 años se alistó en el Ejército y para su beneplácito no lo movieron de Alejandría, donde tenía a sus padres y a sus hermanos.
Pero algo había en el corazón de Marco. Algo que de vez en cuando aparece en el alma de los hombres: Es esa sensación de vacuidad, de que nada tiene sentido. No era para menos, vivía en una ciudad llena de filósofos y religiosos de todas las creencias habidas y por haber: judíos, esenios, adoradores de Mitra, de Serapis, de Júpiter, Marte o Minerva. Ese choque de dioses y creencias volvía loco a quien estuviera interesado en la Verdad; y la pregunta lógica que cualquiera con la mente abierta se hacía era: «¿Quién tiene la razón? ¿Cuál de estos dioses es el verdadero?»
Sus compañeros en la Legión estaban claros. Ellos adoraban a Mitra, un dios solar venido de Persia que se hizo muy popular entre los soldados. Es que por esos años la gente estaba cansada de sus dioses tradicionales. En general muy pocos creían ya en los antiguos Apolo, Minerva o Zeus. Era el Estado romano el que se empeñaba en mantenerlos vivos. A los que gobernaban no les convenía que la gente creyera en dioses como Mitra cuyas doctrinas hablaban de la liberación o la iluminación. Dos palabras a la que todos los gobiernos autócratas temen.
Para añadir más condimento vivían en Alejandría filósofos que hablaban de la existencia de un único Dios, incorpóreo e increado y que el enlace entre Dios y los hombres era el logos, es decir, la palabra. Después llegaron otros, que decían que ese «logos» es el hijo primogénito de Dios, hecho a su imagen.
Cuando estos filósofos y religiosos decían estas cosas, Jesús y los que serán sus apóstoles tenían a lo sumo cinco años de edad y vivían en la Provincia romana de Judea, no muy lejos de Alejandría.
Y así pasaban los días de Marco Sergio. Siempre preguntándose sobre el porqué de las cosas y sintiendo que había algo superior, sólo que no sabía lo que era o cómo era. Y esa sensación siempre impele a buscar la verdad y el que busca encuentra.
Marco casi no participó nunca en ningún combate. Esos eran los tiempos de la Pax Romana, instaurada por el emperador Augusto. Y de verdad había mucha paz en el imperio por esos años.
Una tarde llegó un barco, procedente de Roma. Traía cartas para el comandante de la guarnición romana. En una de esas cartas le notificaban a Marco Sergio que había sido ascendido a Centurión y lo mandaron a Cesarea, una ciudad en Judea.
Como Centurión tendría bajo su mando a cien hombres. Sus órdenes eran claras: mantener la paz en toda la región que iba desde Cesarea hasta el Mar de Galilea.
Apenas llegó no le gustó esa ciudad. Era árida, polvorienta . Entonces, con el permiso de sus superiores mudó la guarnición cerca de Capernaum. La región era más fresca y desde su casa, en el campamento romano, podía ver u hermoso lago
A diferencia del anterior Centurión, Marco Sergio era un hombre amable y justo. Se ganó el respeto y la estima de los innumerables pescadores que había en Capernaum y en los
alrededores. Él mismo financió la construcción de una sinagoga. Su carisma, su forma de ser le venía de dos fuentes: La educación que recibió y las enseñanzas del dios en quien creía: Mitra.
Mitra era la luz, la sabiduría. Su religión decía que había que amar al prójimo y que el ser humano estaba encadenado por la ignorancia y las malas acciones.
Pero era tanto el trabajo que Marco dejó a Mitra a un lado. Además, siempre escuchaba a la gente y a sus criados hablar de un tal rabí que andaba por esos lares diciendo cosas que se parecían mucho a las cosas en las que él creía.
_ Sí, mi señor, es un rabí, un maestro. _le decían.
_ Yo creo que es el Mesías –le decían otros.
_ ¿Mesías? ¿Qué es eso? _preguntaba él.
_ El Ungido de Dios, el rey prometido por las antiguas profecías.
_ ¿O sea, un Cristo? _preguntó.
_ Sí, claro, mi señor, Cristo es la palabra griega para Mesías.
Y Marco Sergio sintió curiosidad. Ya pasaba de 35 años de edad. Y en ese tiempo, a esa edad, ya eras un viejo.
«Toda mi vida la he pasado creyendo que debe haber algo en el mundo que sea la verdad… ¿Será este Cristo esa verdad?» _pensaba mientras veía, desde la terraza de su casa, el mar de Galilea.
Y esos son los corazones que Dios toca: corazones que buscan, corazones que anhelan saber y lo hacen con humildad, con sinceridad… Dios siempre oye esos corazones.
Y pasaron los meses.
_ ¿Qué cosas nuevas ha dicho ese Jesús al que llaman Mesías? _ preguntaba a sus criados.
_ Dice cosas que nadie antes había dicho. Imagínese, señor, dice que el mayor mandamiento es amar a los demás como a uno mismo y a Dios por encima de todas las cosas. Que en eso se resume toda la antigua ley.
Quien así le contestaba era el criado a quien Marco más quería. Se llamaba Jakob. Lo había criado desde muy pequeño. Marco nunca se casó y tampoco nunca tuvo niños, por eso volcó una especie de afecto paternal hacia Jakob.
_ Sí, señor Marco _ le respondió otro de sus criados_ También dice que Dios no hace exclusión de personas. Que el mayor sacrificio que pide es un corazón arrepentido.
Y el corazón del Centurión Marco Sergio, tocado por el Espíritu de Dios era una tierra fértil para las palabras que ese galileo andaba diciendo.
Un día, Jakob enfermó de gravedad. Era una fiebre muy alta, con temblores. Algo que ya Marco había visto antes. Sabía que nadie se salvaba de esa fiebre
_ Voy a morir, mi señor _le dijo Jakob en su lecho de enfermo.
Marco había prácticamente adoptado a Jakob cuando éste tenía cinco años de edad y vagaba por Capernaum, comiendo de las sobras. Eso era común en esos tiempos: Niños que quedaban a la buena de Dios, viviendo de la caridad hasta que fueran bastante fuertes para que los pudieran contratar como echadores de redes. Y estos contratos eran escasos. En general, toda la gente de la zona era muy pobre.
Entonces Marco recordó que había escuchado a sus criados hablar que Jesús sanaba enfermos. Y en su corazón algo le decía que fuera a verlo. Que no temiera, que no sintiera vergüenza, que buscara a Jesús.
«No pierdo nada con hacerlo» _pensó.
Tomó a unos diez de sus soldados y salió. Casualmente Jesús estaba en Capernaum. Lo encontró. Se le acercó, se quitó su casco y le dijo con humildad:
_ Señor, mi criado está muy enfermo, postrado en una cama. Ya tiene tres días que no come. Si pudieras hacer algo te lo agradeceré. Más que mi criado es como si fuera mi hijo.
_ Vamos a tu casa y yo lo sanaré, quédate tranquilo _le respondió Jesús.
_ Señor _respondió Marco_ no soy digno de que entres en mi casa, di la palabra y mi criado sanará; porque yo tengo autoridad y tengo soldados bajo mis órdenes y sé que si digo a éste, «ve», él va y si le digo a otro: «Ven», él viene.
_ ¿Están escuchando a este hombre? _preguntó Jesús a sus seguidores_ De verdad les digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y oigan bien, llegará el día en que vendrán muchos del Oriente y del Occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.
La historia del Centurión y su extraordinaria fe nunca falta en los libros de historias bíblicas para niños y jóvenes. La ilustración fue sacada de uno de esos libros. |
Marco y sus hombres callaban. Entonces Jesús, colocando su mano sobre su pecho le dijo:
_ Vete a tu casa y tal como tú lo creíste que así se haga.
Marco sintió la sinceridad en esas palabras y en esa mirada.
Eran las 3 de la tarde. Se puso en marcha hacia su casa.
Una hora después llegó, cuando se acercaba a su casa, vio que unos criados salieron corriendo a recibirle.
_ ¡Señor, señor! ¡Jakob está bien! Ya no tiene fiebre.
_ Sí, de repente, era como la hora nona (3:00 p.m.) cuando se paró de la cama, ya no tiene fiebre.
_ Y ahora se está comiendo todo lo que hay en la casa… ¡Jajaja!
La Biblia no menciona más a este Centurión (su nombre y todo lo demás lo inventé pero el contexto es exacto. Las palabras que intercambian él y Jesús están en la Biblia)
Una antigua tradición dice que este Centurión pocos años después se convirtió al cristianismo y se fue a predicar a lo que es hoy Turquía y que allá, como a casi todos los primeros cristianos, lo ejecutaron.
La historia de este Centurión deja varias enseñanzas: 1) Dios no excluye a nadie. 2) El espíritu de Dios siempre está dispuesto a tocar el corazón de los que lo buscan con sinceridad y humildad. 3) La palabra de Cristo puede dar frutos donde menos se espera y 4) La fe es la fuerza más poderosa que existe.
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