La Frase de la Semana

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viernes, 9 de diciembre de 2016

Jimmie Angel... una vida que quedó sembrada en el Auyantepuy



«Jimmie entonces voló más cerca de esta maravilla del mundo; tan cerca que temí que las alas de la avioneta fueran salpicadas con el agua. Entonces voló en círculos y sumergió la punta del ala tres veces como si estuviera saludando algo que solo le pertenecía a él»
(L.R. Dennison en «La montaña del Diablo»)

Estamos en 1920. Jimmie Angel es un experto piloto norteamericano que anda por Sudamérica en busca de fortuna. 

Él no es el único que cree que en algún lugar de los andes peruanos se encuentra el tesoro perdido de Atahualpa o que en las selvas del Amazonas se encuentra de verdad la mítica ciudad de El Dorado. Hay incluso los que están convencidos que existen cuevas en los andes que conectan con un mundo subterráneo lleno de grandes riquezas. 

Pero Jimmie es pragmático. Él no es dado creer en esos cuentos y está convencido que si hay algo él podrá verlo desde el aire con su avioneta. 

Pero ahora está en Panamá. Acaba de llegar después de sobrevolar los Andes. Está en un bar, tomando una copa y rumiando su frustración porque aún no ha hecho fortuna. No quiere regresar a Estados Unidos con las manos vacías. 

Mientras cavila en estas cosas, un elegante caballero se sienta en la misma mesa

_ ¿Le gustaría ganar un buen dinero? – le preguntó. 

Jimmie Angel cuyo verdadero nombre
era James Angel nació en Misuri, Estados Unidos,
en 1899. Pasó casi toda su vida fuera de Estados Unidos.
Murió el 8 de diciembre de 1956, en Panamá.
Angel estaba acostumbrado a tipos como eso. Trabajaban en las sombras bajo las órdenes de algún magnate, bien sea como seguridad de sus haciendas, de sus minas y quien sabe que otras inconfesables cosas. 

_ Depende. _ le respondió Jimmie. 

El tipo saca un mapa de Venezuela y lo coloca sobre la mesa. 

_ Necesito que me lleve a este punto… en la selva, 

Jimmie sonríe. Ya sabía en lo que andaba el tipo: oro. Había mucho oro en esas selvas. 

_ Debe ser una broma _le dice_ Para llevarlo a esa selva no pido menos de cinco mil dólares. 

El extraño norteamericano se levanta (Aunque Jimmie supone dentro de sí que es canadiense, por el acento), 

_Sé donde se hospeda, señor Angel;  mañana, a primera hora nos volveremos a ver. _le dice mientras se coloca su sombrero. 

«¿Cómo sabe mi nombre?» piensa Jimmie mientras toma un sorbo de su escocés preferido y ve salir del bar a aquel paisano a quien nunca había visto en su vida.   

Al día siguiente tocan a la puerta de su habitación en el Hotel. Cuando abre allí estaba el misterioso caballero mostrándole un cheque de gerencia por 5000 dólares a ser cobrados en el banco estadounidense que servía a todo el personal que trabajaba en el Canal de Panamá.  

Con su cuenta bancaria abultada y haciendo planes para comprarse una mejor avioneta, Jimmie Angel, despegó apenas despuntó el alba, rumbo a la selva de Venezuela, junto con su extraño pasajero.  Hicieron escala a unos 10 km al norte del pueblito colombiano de Cubará, cerca del río Arauca; y antes de que la noche llegara aterrizaron en su destino: un gran claro a orillas del río Ventuari, no muy lejos de San Juan de Manapiare, ya en tierras venezolanas.  

_ Arme la carpa. Debo ir a explorar algo. Tal vez me tarde varias horas. Le dijo el hombre. 

Jimmie así lo hizo y esperó despierto hasta las 10 de la noche cuando decidió dejar que el sueño lo venciera. 

Al amanecer, mientras lavaba su rostro en el río, vio que el hombre venia de regreso. Traía un pequeño saco en a mano.  Cuando llegó le dijo: 

Sobrevolando la selva, Jimmie Angel fue el primer
ser humano no habitante originario en avistar el salto
que lleva su nombre. En la imagen una recreación
del momento en que pasó frente al Auyantepuy.
_ Creo que usted tiene derecho a saberlo

Abrió el saco. Estaba lleno de muchas pepitas de oro. 

_ ¡Guao! _exclamó Jimmie.

_ En estas tierras el oro anda regado por ahí como si fueran piedras… 

En el vuelo de regreso a Panamá, el hombre, quizás contento por la fortuna que llevaba encima, se explayó en la conversación. Le dijo que venía de Chicago pero que realmente había nacido en Montreal. Que sus abuelos habían sido unos franceses que se vinieron huyendo de Francia de algo que ya él no recordaba, pero que tenía que ver con la política. También le contó que la bolsa con las pepitas de oro él y su socio la habían ocultado en la selva esperando el momento para venir a buscarla. 

_ ¿Y su socio? ¿Dónde está? _le preguntó Jimmie. 

_ Me espera en México

Jimmie no se sorprendió mucho por la historia pero algo le decía que ese canadiense no le estaba diciendo la verdad, o al menos no toda. 

Catorce años después, en ciudad de Panamá, donde Jimmie se había residenciado con su esposa, se encontró nuevamente al hombre misterioso en un tren. 

_¿Ya se hizo millonario? _le preguntó el caballero. 

_ Qué va. Pero no me quejo. Trabajo para unas compañías y gano bien. 

_ ¿No volvió?

_ ¿Qué?

_ ¿Que si no regresó, a la selva, a Venezuela?

Jimmie negó con la cabeza. 

_ Debería ir amigo. Ahí hay mucho oro. 

Jimmie Angel lo pensó y decidió volver a las selvas venezolanas. Lo animaba no sólo conseguir el preciado oro, sino también la aventura de volar. Decidió seguir la misma ruta de aquella vez pero se adentró mucho más hacia el este. Ni siquiera sabía lo que estaba buscando. Era como si creyera que desde tierra alguien le gritaría: ¡Aquí! ¡Aquí está el oro! 

«¿Qué estoy haciendo?» _ pensó Jimmie mientras veía el mar verde infinito de selva que se extendía en el horizonte. 

Era el 18 de noviembre de 1937. Cerca del mediodía cuando lo vio. 

Por un momento pensó que había perdido altitud. Un salto de agua parecía venir del cielo. 

_ ¡Dos mil seiscientos pies! _ gritó cuando vio el altímetro. 

Dio la vuelta mientras ascendía. Tenía que encontrar la cima de dónde se desprendía esa caída de agua. 

Y el altímetro le dio la medida: 3400 pies sobre el nivel del mar.(1) 

«¡Debe ser la más alta del mundo!» – pensó mientras daba vueltas y vueltas para admirar el salto en cada pasada. 

Jimmie Angel le dio la noticia al mundo. Regresó varias veces con fotógrafos y con naturalistas y la noticia saltó a todos los periódicos: Descubierta la caída de agua más alta del mundo.  Uno de sus acompañantes fue su amigo L.R. Dennison quien escribió el libro "La montaña del diablo" donde narra las peripecias que pasó con Angel sobrevolando las selvas del sur de Venezuela(2): 


«'Ahora les mostraré mi cascada» gritó Jimmie con regocijo, al entrar en un valle amplio. Él no tuvo que señalarla, ya que la caída de agua estaba suficientemente visible a la distancia. '¿Qué tal está para ser una cascada?` Preguntó Jimmie. Yo no podía contestar aunque lo hubiera intentado. Mis ojos deben haber saltado fuera de mi cara. Yo solo podía ver lleno de asombro. Parecía como que una inmensa cuerda colgara sobre la pared del cañón y caía unos 3.000 pies, posiblemente más, sin interrumpirse hasta que se esparcía como una ondulante nube de fina y esponjosa neblina. Jimmie entonces voló más cerca de esta maravilla del mundo; tan cerca que temí que las alas de la avioneta fueran salpicadas con el agua. Entonces voló en círculos y sumergió la punta del ala tres veces como si estuviera saludando algo que solo le pertenecía a él» (L.R. Dennison, La montaña del diablo, 1942)  
Algo le pasó a Jimmie. Dejó de buscar oro y se dedicó a sobrevolar la selva amazónica venezolana. No consiguió riquezas pero quedó para siempre enamorado de estas tierras. 

En 1956 murió en Panamá, a los 57 años, víctima de una neumonía. Le había dicho siempre a su esposa e hijos que cuando muriera cremaran su cuerpo y sus cenizas fueran lanzadas al salto que llevaba su nombre. 

Su deseo se cumplió el 10 de diciembre de 1960, cuando una solitaria avioneta, sobrevolando la cima del Auyantepuy, y donde iban su viuda y sus hijos, dejó caer sus cenizas sobre la inmensa catarata, la más alta del mundo: 

El Salto Angel.


El mundo no se enteró: El 10 de diciembre de 1960, una solitaria avioneta vuela por encima del Salto Angel. Allí, cumpliendo la última voluntad de Jimmie Angel, deja caer sus cenizas, las cuales se funden para siempre con la maravilla que él dio a conocer al mundo.

Notas: 
(1) El Salto se desprende desde una altura de 975 metros. 
(2) Por el nombre que los indígenas dan a la montaña donde está el Salto: Auyantepuy, (Montaña del Diablo en idioma pemón).


La historia está basada en hechos reales pero algunos aspectos han sido cambiados. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

donde puedo conseguir el libro
hannercoronel@gmail.com