La Frase de la Semana

Atrévete a saber

domingo, 30 de octubre de 2016

Sincronicidad... Todo está conectado


"El universo no nos juzga, sólo nos provee de consecuencias, lecciones y de oportunidades para equilibrarnos"
Carl Jung
Año 1935 el “Titania” es un barco de vapor que navega en el Atlántico norte, rumbo a Inglaterra. Se encuentra en la llamada zona de Icebergs, la misma donde el Titanic se había hundido 23 años antes. En la proa se encuentra el marinero William Reeves, quien monta guardia. Su labor es hacer sonar la alarma apenas vea que un iceberg está en la trayectoria del barco. Pero todo está muy oscuro. 
Reeves se percata de dos cosas: El mar está muy calmado… tal como estaba cuando el Titanic se hundió. Él conocía la historia. Y también era uno de los pocos que habían leído el libro “Vanidad: El hundimiento del Titán” de 1898, donde un fracasado escritor cuenta sobre un barco llamado “Titán” que se hundió en el mar al chocar con un Iceberg. El marinero no podía dejar de pensar: “¿Cómo había sido posible que un escritor anticipara algo con tanta exactitud 14 años antes de que sucediera?” 
No quiere hacer sonar la alarma. Van a pensar que está loco. Pero sigue sintiendo en el pecho una opresión… un estado de angustia y no sabe por qué… Incluso, ya su turno de vigilia está a punto de terminar y podrá dormir el resto de la noche. 
“Y este barco se llama Titania” - piensa Reeves. 
“¡Y yo nací un 14 de abril. La fecha en que se hundió el titanic!”
Entonces se decidió. Corrió a la sala de controles y le dijo al guía que detuviera los motores.  El guía lo hizo sin preguntar, para él la razón era que Reeves debe haber visto un iceberg. 
Los gritos del marinero y la detención del barco hicieron que los demás se despertarán y subieron a cubierta. Cuando Reeves se disponía a explicarles sobre sus presentimientos vieron un enorme iceberg frente a la proa del barco y agudizaron su vista: al menos nueve icebergs más rodeaban al barco. Si la nave no se hubiese detenido, hubiese chocado y muchos o todos hubieran muerto. 
Quizás muchos de nosotros hemos vivido experiencias parecidas a esta: premoniciones, corazonadas, extrañas coincidencias o presagios. Cuando pasan cosas como la que le sucedió a este marinero pensamos que tal vez la casualidad no existe y hay una especie de conexión entre todo lo que sucede, como hilos invisibles que todo lo conectan y cuando nos percatamos de la “coincidencia” es porque hemos podido ver por un momento un trozo de uno de esos hilos. En el caso de Reeves fueron tres: El nombre del barco, el mar quieto, la fecha de su cumpleaños. 

¿No te ha pasado que estás en tu casa y de pronto te sientes que debes llamar por teléfono a alguien y en lo que tomas el teléfono éste suena y cuando atiendes es la persona a la que pensabas llamar? 

¿No lleva esto a pensar que todo está interconectado? El gran psicólogo Carl Gustav Jung decía que todo esto no era casualidad, sino “sincronicidad”. 


Carl Jung (1875 - 1961), psicólogo. Aunque
bebió en las fuentes del psicoanálisis,
Jung logró crear un sistema teórico nuevo
y original con respecto a la etiología
de la conducta humana.

En efecto, Jung postuló la idea de que, además de nuestro inconsciente individual, existe un inconsciente colectivo, una especie de energía o plano donde se almacena todo lo que la humanidad aprende y ha aprendido. Esas “casualidades” no son más que una percepción consciente de lo que sucede en un plano superior a nuestras existencias. Para él cuando se está en un gran estado de estrés, o de exaltación, o de alerta, es más fácil ver estas sincronicidades. Tal fue el caso del marinero. Otros son muy perceptivos y las ven con más facilidad.

Veamos otros casos, unos más impresionantes que otros:

Todos han oído hablar de las extrañas coincidencias que hay entre Abraham Lincoln y John Kennedy, dos presidentes de los Estados Unidos asesinados. Entre las vidas de ambos hay 100 años de diferencia. Ambos fueron asesinados de disparos en la cabeza. Lincoln recibió la bala en el teatro Ford y el asesino se escondió en un almacén (más propiamente un granero). Kennedy recibió la bala cuando iba en un auto “Lincoln”, marca Ford y el asesino disparó desde un almacén y se escondió en un teatro. Los dos sucesores de ambos presidentes fueron de apellido Johnson y hay más coincidencias. 

En 1898 Morgan Robertson, un escritor no famoso escribió una novela llamada “The wreck of the Titan" (a la cual ya hicimos mención en la historia introductoria de este post). La novela trataba sobre un barco llamado “Titán” que choca con un iceberg, cerca de las costas de Terranova, y se hunde en el mar y mueren muchas personas adineradas. Catorce años después sucede exactamente eso con “El Titanic”. Pero hasta allí no llegan las similitudes. La novela describe que el mar estaba muy calmado antes del choque (y así estaba cuando el Titanic chocó con el Iceberg) y también dice el mes: abril. Hasta las medidas del “Titán” (el barco en la novela) y el Titanic son casi las mismas. Y, para rematar el apellido de los capitanes (el del Titán y el del Titanic) era Smith. ¿Qué probabilidad hay de que esto sea coincidencia? Es prácticamente nula.

Portada de una edición moderna de la novela 
"El hundimiento del Titán"
de Morgan Robertson (1861 - 1915)
Pero esta no fue la única “profecía” de este autor. En 1914 escribió otro libro: “Más allá del espectro”. La historia estaba enmarcada en una guerra entre Estados Unidos y Japón, donde se usaban “bombas de luz”, que eran capaces de destruir ciudades completas. También narra que la guerra comenzó cuando los japoneses bombardearon Pearl Harbor, donde había una base estadounidense. Todo esto sucedió tal cual 27 años después. 

En 1938 el escritor A.J. Talbott publicó una breve comedia llamada “Chez Boguskovsky”, que trataba sobre un ladrón que robaba una importante pintura de un Museo. Un año más tarde, un ladrón apellidado Boguskovsky robó la “Monalisa” del Museo del Louvre.

Robert Lincoln, un joven de unos 23 años, estaba en una estación de trenes. Resbaló y cayó a las vías justo cuando el tren llegaba. Fue salvado de ser atropellado por el actor de teatro Edwin Booth. Años después John Wilkes Booth, hermano de ese actor, asesinó al padre de Robert, a Abraham Lincoln.

En 1893, Henry Ziegland abandonó a su novia y ella se suicidó. Para vengarse, su hermano lo siguió hasta su casa y le disparó en el jardín, y angustiado por haberlo matado se pegó un tiro. Pero Henry sobrevivió, la bala sólo le había rozado la cara y se incrustó en un árbol cercano y allí se quedó. Veinte años después, en 1913, Ziegland decidió dinamitar las raíces del árbol, para sacarlo, ya que iba a ampliar la casa. La explosión hizo que la bala saliera del tronco, disparada, e impactó en la cabeza de Henry. Éste murió en el acto.

En 1830 el general Antonio José de Sucre, héroe de la independencia suramericana, fue asesinado. Los autores materiales fueron envenenados después para que no hablaran; pero unos diez años después la policía contactó a uno de los autores intelectuales para interrogarlo por otra cuestión. Éste pensaba que era por lo de Sucre y confesó. Uno de los principales cabecillas de la conspiración fue juzgado y ejecutado, pero al principal, José María Obando (a quien el mismo Bolívar, amigo de Sucre, había señalado de ser el autor intelectual) nunca se le comprobó nada. Pero, en 1861 en un combate en medio de la guerra civil que había en Colombia, José María Obando es gravemente herido y llaman a un cura para que lo asista en sus últimos momentos. Con su último aliento Obando le pregunta al cura: “¿Cuál es su nombre?” y éste responde: “Antonio José de Sucre”. ¡Era un sobrino de Sucre que tenía su mismo nombre! Así que, lo último que escuchó Obando fue el nombre del general a quien, con toda seguridad, mandó a matar 31 años antes.

Mientras actuaba en una gira por Texas, en 1899, el actor canadiense Charles Prancis Coghlan enfermó en la isla de Galveston y murió. Había pedido antes de morir que enviaran su cuerpo a su pueblo natal, pero éste estaba muy lejos, en la isla Príncipe Eduardo, en el golfo de San Lorenzo, en Canadá. Fue enterrado en el cementerio de Galveston. 

Un año después un huracán azotó la isla y las aguas inundaron el cementerio. Cuando se retiraron se llevaron varios ataúdes. Entre ellos el de Charles. Flotó hasta el Golfo de México, donde la corriente del Golfo lo llevó hacia el norte. Pasaron ocho años. Unos pescadores ven el ataúd y se acercan. Estaba grabado el nombre del artista. Los pescadores eran del pueblo donde había nacido Charles y sabían quién era. Asombrados tomaron el ataúd y lo llevaron a la costa y lo enterraron en su pueblo natal, como Charles había pedido. 

En 1920, tres ingleses, que no se conocían, viajaban en un tren por el Perú. Como estaban los tres en el mismo vagón se presentaron: El apellido de un hombre era Bingham, y el apellido del segundo hombre era Powell. Y el tercer hombre era Bingham-Powell. 

En 1950 el escritor estadounidense Norman Mailer comenzó a escribir una novela. En medio de la escritura introdujo un personaje que no estaba en sus planes iniciales: un espía ruso que vivía en Estados Unidos. El personaje llegó a ser importante en la trama. Mailer concluyó su novela y la envió a una editorial. Un día estaba en su apartamento y llegó el FBI, subieron al piso superior y se llevaron detenido a un hombre: Era un espía ruso trabajando en los Estados Unidos. 

Hacia el 80 a.C. legionarios romanos encontraron en Éfeso, en un pozo seco unos manuscritos antiguos, en griego. Pensaron que quizás eran importantes y se los llevaron al general Sila, éste era un hombre de muchas lecturas, a quien le gustaba el saber y vio que se trataban de libros de filosofía. Los envió a Roma y aquí los eruditos determinaron, en efecto, que eran todas las obras de Aristóteles. Los copiaron en latín y gracias a esto los libros de Aristóteles se salvaron para la historia. 

La acuarela de Jean-Pierre Houël de 1789 muestra uno de los episodios de la Toma de la Bastilla el 14 de julio de ese año: La detención del Alcalde el Marqués de Launay. Un poeta inglés, William Cowper, pocos años antes escribió un poema que anticipa estos hechos casi exactamente.
La toma de la Bastilla, un hecho que marca el inicio de la Revolución Francesa sabemos que fue tumultuosa: Miles de parisienses hambrientos asaltaron la prisión. Pero sucedió tan exactamente igual al poema 19 de William Cowper (1731 – 1800) que se ha creído que los agitadores lo utilizaron como referencia. 

En 1953, el reportero Irv Kupcinet se encontraba en Londres para cubrir los actos de coronación de Isabel II. En uno de los cajones de su habitación en el Hotel Savoy encontró algunos objetos que estaban identificados: Pertenecían a Harry Hannin. Casualmente este Hannin (estrella de baloncesto) era amigo de Kupcinet. Éste se dijo: “Después lo llamo para decirle”. Dos días después Kupcinet recibe una carta de Hannin: “Estaba en el hotel Meurice de París y encontré una corbata con tu nombre”). 

Esta la contó el actor Anthony Hopkins: 

A Hopkins le propusieron protagonizar una película basada en el libro “La mujer de Petrovka” de George Feifer. Antes de aceptar él respondió que quería primero leer ese libro. Visitó varias librerías y no consiguió la novela. Tomó el metro en Londres y allí, en el asiento a alguien se le había olvidado un libro. Lo tomó y era la novela “La mujer de Petrovka”. Estaba llena de anotaciones. Ya la casualidad era bastante. Pero sigue. 

Meses después, en el rodaje el actor conoció al escritor George Feifer y éste le contó que tuvo un ejemplar de su propia novela donde tenía muchas anotaciones y se lo prestó a un amigo que lo dejó olvidado en el Metro de Londres. 

La del rey Humberto I de Italia es sorprendente. El 27 de junio de 1900, estando en Monza, entró a un restaurante y todos notaron al instante que el dueño del restaurante y el rey eran idénticos. 

El rey, asombrado ante el parecido, conversó con el señor, quien estaba por demás halagado de estar hablando con el rey de Italia. En la conversación surgieron “casualidades” sorprendentes: Ambos habían nacido en el mismo año, las esposas de ambos se llamaban Margarita y el restaurante se inauguró el mismo día que el rey subió al trono.

En circunstancias no aclaradas del todo, al día siguiente, el dueño del establecimiento fue asesinado de un disparo. Pocas horas después Humberto I también fue asesinado.

Edgar Allan Poe escribió un libro llamado "The narrative of Arthur Gordon Pym". Se trataba de un relato sobre un naufragio, en el que los 4 sobrevivientes quedan en un bote a la deriva por varios días, hasta que tres de ellos deciden matar al más joven, un grumete, para comérselo. En el relato, el nombre del grumete era Richard Parker. Algunos años después de la publicación de este libro, en 1884, un bergantín naufragó, y quedaron 4 sobrevivientes, entre ellos un grumete. El hambre hizo que mataran al grumete y se lo comieron. El nombre del grumete era también Richard Parker. En esta historia se basó el autor de la novela "La Vida de Pi”, el canadiense Yann Martel, para el nombre del tigre de bengala que es uno de los personajes de su novela (también llevada al cine). 


En el momento que Maurice Jarre,
agonizaba en Los Angeles, Estados Unidos,
se me vino a la mente descargar uno de sus temas.
¿Simple casualidad? y si no es así, ¿por qué?
Nunca conocí a Jarre ni él a mi.
Es más él nunca supo de mi existencia,
entonces ¿por qué habría de existir una razón
para que él estuviera en mi mente en sus
últimos momentos?
En octubre de 1991, dos miembros de la organización ETA estaban dispuestos a poner una bomba en Madrid. Robaron un carro y le colocaron una placa falsa y en la maleta colocaron la bomba. Cuando se dirigían a Madrid, en la ciudad de Zaragoza, el carro se les apagó y solicitaron la ayuda de un hombre que iba pasando para que ayudara a empujar. El hombre accedió, pero mientras empujaba vio que el número de la placa era idéntico al de su carro que lo tenía en el taller. No dijo nada. Cuando los miembros de ETA se fueron él avisó a la policía y se abortó el plan terrorista.  

Y dos casos que me sucedieron: 

Una tarde cualquiera, hace quizás unos 25 años. Me pongo un jeans, zapatos deportivos blancos y una chemise azul claro. Como voy al banco siempre he tenido la costumbre de ir con un libro para leer, por si debo esperar mucho. Antes de salir de mi casa tomo un libro y dentro de él meto un billete de 20 Bs que es con el que voy a pagar el pasaje. Llego a la parada. Tomo una camioneta de las que circunvalan Guatire (la ciudad donde vivo). En la parada siguiente se sube una dama como de mi misma edad. También lleva un jeans, una blusa azul claro y zapatos deportivos blancos y también un libro en la mano. Ella se baja más adelante pero antes, para pagar, saca del libro un billete de 20 Bs.  

Otra:

El 29 de marzo de 2009, creo que era Semana Santa o estaba próxima. Lo cierto es que estoy en la cama, casi conciliando el sueño; y se me viene a la mente que no tengo en mi larga lista de canciones la suite “Jesús de Nazaret”, compuesta por Maurice Jarre. Entonces pienso: “Mañana la descargo”. Amanece y como al mediodía me meto en la web a revisar las noticias. Allí estaba la noticia: “Anoche, en Los Ángeles, murió Maurice Jarre”.

Y mientras escribo este post me percato que en el canal de TV Civilization están transmitiendo un programa sobre las coincidencias entre Lincoln y Kennedy. 

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